domingo, 15 de marzo de 2015

Al margen de recaídas.

Después de cuatro meses de mi vida encerrada en un hospital para trastornos alimentarios, aprendí y maduré de la forma más dura que se puede hacer. Recuerdo lo contenta y libre que me sentía al salir y por supuesto me juré que mandaría a tomar por culo la báscula y todo aquello que tenga que ver con la enfermedad. No obstante sabía perfectamente que después del ingreso no se acabaría todo por desgracia. No iba a salirme de rositas y volver a estar bien como si nada hubiese pasado, no. Sabía perfectamente que tarde o temprano  iban a volver esos pensamientos y esas ganas de volver a lo que era mi vida, a evadirme con la enfermedad porque por aquél entonces era mi anestesia, mi forma de desahogo y mi venda a otros problemas. Tendría que ir contracorriente de todo aquél pensamiento enfermizo que me impulsara a hacer las cosas que hacía antes (cosas que prefiero no nombrar por aquí, pero podéis haceros una ligera idea de lo que hacen las personas que padecen esto).

Me toca los ovarios que la gente piense, incluso las personas más cercanas a mí piensen que por el simple hecho de que me dieran el ''alta'' (por llamarlo de alguna manera, porque no fue exactamente así) significa que ya estoy recuperada. Que no joder, no me quitéis el mérito. No hay ningún solo día, ningún segundo de mi vida que no piense en volver a eso, pero a diferencia de antes me quiero y me respeto un poco más. Por eso mismo me veis bien. PERO NO PORQUE LO ESTÉ, SI NO PORQUE LUCHO PORQUE TODAVÍA ME QUEDA ESPERANZA. 






No hay comentarios:

Publicar un comentario