jueves, 15 de octubre de 2015

Cuando uno se acostumbra a volar en una jaula. Si lo sueltan no sabrá volar.

Eso me ha pasado a mi. Hay días en los que me enorgullezco de haber salido de aquél loquero, de aquél hospital con medidas tan duras para salvarte.
Luego hay otros días en los que echo de menos mi anestesia... Es más, NECESITO mi anestesia para sobrevivir, para quererme y para desahogarme.
Lo sé, lo sé... Es una enfermedad que se disfraza de amiga. No hay nada que no sepa ya. Pero esa enfermedad es un arma de doble filo, una enfermedad o ''amiga'' que me hace sentir bien, que tengo todo el control del mundo. Con ella me siento poderosa, siento que tengo una meta, la única meta que no hace que me eche atrás, perseguir la perfección. Incluso con la anorexia me arreglaba más y me veía más bonita que ahora y útil para este mundo. Al menos antes era bonita por fuera y rota por dentro. Ahora tanto físicamente como mentalmente estoy más rota que nunca. No quiero que me ingresen de nuevo pero tampoco quiero vivir en mi monótona vida fuera de ella. No quiero llegar a casa y verme como una foca. No quiero compararme con mis amigas. No quiero soltar un comentario de "Hoy he comido algo que engordaba" y la respuesta sea - "Pues no lo comas."
Hay días en los que esa gente que intenta ayudarme, es la misma que me pone un puñal sobre la pared y me obliga a odiarme y a recaer. Mis ganas de volver aumentan con los días. Nadie es mejor que nadie, pero no quiero sentirme siempre la más inferior de todas y la más asquerosa. Quiero ser sexy y no quiero estar a años luz de la perfección. Se acabó.



Siento que no puedo más... No soy de piedra.

(* - 58kg)

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